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RAFAEL "CATIRE" BENÍTEZ Y EL MATADERO "LA MATANZA"

  

      ING. VLADIMIR HIDALGO LOGGIODICE


Este Blog es una casa abierta a escritores cuyas plumas plasmen la memoria histórica de Apure y resto del llano venezolano. Nuestro invitado esta vez es el historiador apureño Hugo Arana Páez, con su ameno artículo sobre Rafael Benítez y el fonsequero matadero de San Fernando. 

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Referían viejos sanfernandinos que a principios de la centuria pasada, pasaba detrás del cementerio de la avenida Chimborazo el Camino Real que conducía al lejano Paso Apure, actual cruce de la perimetral norte y la calle Independencia. Esa vía era muy transitada por las puntas de ganado que los sudorosos cabestreros con el silbido y la tonada conducían rumbo al centro del país; pero también contaban que a cada rato se miraba, en ambos sentidos, el trajinar de los viajeros a caballo, mula, burro o en carretas rumbo al centro del bucólico San Fernando. Mientras que al oeste de esa ruta, en medio del tierrero y desde la casa del hato, conocida como "Quinta Las Marías", donde ahora funciona el liceo Francisco Lazo Martí, se miraba gozoso a su propietario, el hatero Manuel Mendible, disfrutando un puyero y observando el interminable ajetreo de hombres, bestias y reses en continuo peregrinar.


Las Marías contaba con enormes potreros de pasto alpará. A principios del siglo veinte habían pocos automóviles en Apure por lo que los viajeros debían movilizarse a lomo e´ bestias o en carretas. Por cierto, existía una ordenanza en San Fernando que en resguardo del ornato del pueblo prohibía el tránsito de jinetes en animales y por lo tanto estaban obligados a dejar estos en los potreros que se hallaban a la entrada de la ciudad; solamente se permitía el acceso a aquellos cuadrúpedos que traían cargas (arreos de burros) o que tiraran de carretas. En ese sentido, el negocio de los potreros en La Ciudad de la Esperanza era muy rentable, por cuanto, se cobraba un bolívar por día con su noche y así ocurría en Las Marías, donde los viajeros dejaban sus animales pastando allí; también los cabestreros venidos de los hatos del Medio y Bajo Apure arreando rebaños de hasta trescientas reses, al arribar de tardecita a San Fernando y como ya no podían lanzarlas a las torrentosas aguas del Apure, se veían en la necesidad de empotrerarlas hasta el amanecer. En ese aldeano paisaje frente a la Quinta Las Marías, lo que ahora es la Avenida Miranda, se hallaba el matadero municipal, llamado coloquialmente "La Matanza", construido a finales del siglo XIX por el presidente de Apure Raimundo Fonseca.


El Camino Real era un ancho callejón de tierra que separaba al matadero y cementerio de la Quinta Las Marías. Pasaba por la Casa de Zinc, un caserón propiedad del libanés Chara Latuff y que antes había pertenecido al General Francisco Antonio Arnao; por cierto, esa rara edificación le dio nombre al actual sector Casa de Zinc y su extremo norte empalmaba con El Cañito, por ahí conducían los rebaños de ganado rumbo al centro del país. La Quinta Las Marías dio el nombre a la popular barriada Las Marías, donde laboró y vivió durante muchos años el matarife del pueblo Rafael "Catire" Benítez. Seguramente las reses que iban a beneficiar en "La Matanza", mientras les llegaba su turno de ser sacrificadas las empotrarían días antes en los corrales de Las Marías.



Rafael Benítez era un llanero bregao quien sin ton ni son, donde llegaba se presentaba con su grito sabanero y altanero, "Aquí está el Catire Benítez, carajo”. Vino de Tinaquillo, estado Cojedes, a principios del siglo veinte tras el fallecimiento de su madre. Llegó a construir sus sueños transitando la ruta de El Baúl, atravesando montes y haciendo zigzags en los meandros del río Portuguesa, hasta que al fin vió por vez primera al imponente Apure. Desde entonces Benítez laboró en la vieja matanza de la calle Sucre frente al antiguo cementerio municipal. En la década de los años veinte, cuando la demanda era mucha se beneficiaban en San Fernando hasta veinte reses diarias. Se unió sentimentalmente a Rosalía Bacalao, naciendo sus hijos Jesús y Rafael. Con Socorro Bacalao, hermana de Rosalía, tienen a Carlos. Pero el amor de su vida fue Eloisa Hernández, con quien procrea a Ramón, Rogelio, Dina, Olinda, Cruz, José, Morelia, Adelso, Alcides y Edith. Esta pasión fue correspondida, pues Eloisa siempre comentaba, hasta su último aliento, "No ha nacido nadie en este mundo que yo haya querido más que a Rafael Benítez. Lo quise más que a mis hijos y mi madre". En el desuello de bovinos tenía como ayudantes a sus hijos mayores para el proceso de voltear las reses y el desprese. Terminó fijando residencia familiar detrás del matadero, lugar que bautizó El Merecure, y hoy es habitado por algunos descendientes de distintas generaciones.


En época de pasar ganado por el Apure rumbo hacia Puerto Miranda, no faltaba el Catire montado en su bien adiestrado caballo Tusón, equino de color negro tinto, rucio potrón al cual enseñó mañas y cuando los muchachos del pueblo lo veían, esperaban para decirle, "Catire, espántale los mosquitos al caballo". Inmediatamente Benítez espoleaba al noble bruto y lo amenazaba con la rienda y el caballo tiraba un par de patadas en el aire, demostrando el buen entrenamiento al que lo había sometido su propietario, a quien jamás lo hizo quedar mal parado. En esos tiempos al matarife le pagaban cinco bolívares (un fuerte) por el desuello de cada res y veinte bolívares por ayudar a tirar el lote de ganado candelariero y cachalero (mañoso) para el otro lado del río. Supongo que Rafael Benítez competiría de tú a tú con el cabestrero Ángel María Nieves, en las riesgosas faenas de tirarse junto a las reses a las caimanosas y torrentosas aguas del Apure.
  

Se dice que una vez cumplidas las faenas y después de haber recibido la paga, el Catire hacía dos montoncitos con las monedas recibidas y después de apiladas, sonriente exclamaba en voz alta, como para que todos los presentes oyeran, "Este montoncito de aquí es para la vieja y mis sutes, que algún día me lo agradecerán y este otro...", y se quedaba callado un rato, para que los curiosos le preguntaran, "¿Y el otro montón Catire…?", respondiendo, "¡Gua!, el otro es pa´ echame un palo e´ berro, guásima o ponsigué por el pueblo". Y dicho esto, le echaba la pierna a Tusón y con los ojos bien pelaos, que hacían juego con su rubia piel y la rojiza pelambre que caía sobre sus musculosos hombros, hacían pensar en el Catire Páez en Mucuritas, en Las Queseras o en El Yagual; así se veía a Benítez, envalentonado como un furioso centauro llanero galopando por las solitarias y polvorientas calles sanfernandinas.


 De igual manera, cuando iba en su caballo se dejaba escuchar su tonada y su verso a flor de labios con una voz nasal y ya bien conocida de los parroquianos. En los barrios populares se corría la voz, "Ya se rascó el Catire Benítez, a guardar los muchachos porque ya el rucio va a estar espantando mosquitos en las pulperías". Y en efecto así era. En ese tejemaneje se le veía presentándose con su erguida figura en su corcel, cual centauro llanero tocando el marco de las puertas con su chaparro en la mano, mientras que con una cuarteta en octosílabo solicitaba al cantinero o al pulpero le sirviera un trago preparado a base de aguardiente y ponsigué, guásimo o berro, "Écheme un berro bien fuerte, que tengo el cuerpo mojao, démelo por el lado tuerto que ese no se me ha anegao". De un solo sorbo ingería la infusión fuerte y amarga. Enseguida halaba la rienda hacia atrás y ya la noble bestia sabía que se iba a otro lado con hombre y tonada por las calles.


En una ocasión en que andaba en el rucio por la calle Comercio cruce con calle El Encuentro, se introdujo en la pulpería de don Manuel Márquez y a petición de uno de los clientes, quien le pidió que Tusón espantara los mosquitos, enseguida el hombre espoleó al caballo para que largara el par de patadas, pero con la mala suerte que la puntería del ejemplar no fue tan certera en patear a la imaginaria mosca en el aire, en cambio la coz le dio de lleno al portón de madera del negocio, abriéndolo en dos piezas. Don Manuel, hombre también de pueblo y experiencia, observó cuidadosamente los daños que causó el impacto del brioso, y sin inmutarse comentó, "Catire, registra al caballo a ver si se ha malogrado". Por buena suerte, el noble amigo no sufrió ningún daño. Por supuesto, el apenado catire quiso salir dando disculpas a don Manuel e irse a echar el guamazo en otro negocio, pero el bondadoso y sonriente pulpero lo contuvo, "No sea pendejo Catire, usted no vino aquí a pedir disculpas sino a echarse un pepazo, sepa que mi aguardiente no me lo desprecia nadie y menos el Catire Benítez, que es mi amigo y para que veas, hoy no te lo voy a cobrar". Inmediatamente los presentes celebraron el evento echándose cada uno un palo de Padre y Señor mío. Esas expresiones de afecto de don Manuel fueron celebradas con carcajadas por los paisanos, quienes vieron un poco amoscado a Rafael y entre bromas le preguntaron socarronamente, "Catire, ¿cuándo vuelves por aquí?". Y este muy respetuoso, les respondió, "Dejen la broma, que don Manuel es un hombre muy decente".


Asi era de sencillo todo en el pueblo, que observaba como algo natural ver a Benítez cuando muy rascado se apeaba del caballo y se amaraba la rienda a la pierna y echaba un sueñito donde mejor le parecía. Los viandantes al mirarlo en esas condiciones, solo comentaban, "A vaina, se rindió por fin el hombre". Asi fue la vida de este simpático cojedeño quien se sembró en esta tierra para siempre. Hoy reposa en el antiguo cementerio de la Chimborazo frente a su casa de familia. Ya por las calles de San Fernando no se oye el grito de guerra del Catire Benitez comprando con su célebre cuarteta en las desaparecidas pulperías un pepazo, un guamazo o un tarrayazo. Tampoco se escucha el relincho del admirado y bien entrenado Tusón espantando a patadas imaginarias moscas en el aire. Ya no existe la emblemática edificación "La Matanza", situada exactamente donde ahora funciona el Centro de Diagnóstico Integral CDI que se halla en la Plaza Miranda, frente a la Avenida Miranda, la Escuela Avelina Duarte y el Liceo Francisco Lazo Martí. 



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Este noble, leal y trabajador hombre dejó su huella para siempre en San Fernando. Sus nietos, bisnietos y tataranietos hoy recorren el mundo con éxito, gritando a los cuatro vientos, "Aquí está echándole con ganas un descendiente del Catire Benítez". Se siente en El Merecure su presencia, recuerdos y anécdotas, y la voz de Lochita (Eloisa) aún se oye llamando a su amado Catire. Rafael Benítez es un Personaje de mi Pueblo y el matadero "La Matanza" una Vivencia inolvidable.

*** Edición y Montaje, Lic. Wladimir José Hidalgo Benítez.

*** Agradecemos al historiador Hugo Arana Páez la publicación de este artículo sobre la vida del bisabuelo del editor de este Blog, y su lugar de trabajo.

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