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SERENATA GUAYANESA, CINCUENTA AÑOS EN NUESTROS CORAZONES

 * PERSONAJES Y VIVENCIAS DE MI PUEBLO*

Ing. Vladimir Hidalgo Loggiodice.


SERENATA GUAYANESA,  CINCUENTA AÑOS EN NUESTROS CORAZONES.

Aurora Díaz de Sánchez, la Mamá Grande del Llano, celebra el primer medio siglo de Serenata Guayanesa con un paseo de recuerdos personales desde los inicios de la inmortal agrupación vocal. Su exquisita pluma nos hace viajar, nuevamente, a través del tiempo, mezclando pasado y presente divinamente.

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*AGUAS ABAJO, POR EL RÍO...*

*Dra. Aurora Díaz de Sánchez*

Eran los años de la hermosísima década de los setenta del siglo pasado, plena de acontecimientos que llenaban nuestras vidas con el diario quehacer. Ya estábamos en Barinas, en el piedemonte, en la casa construida entre el farallón nevado de la montaña y la sabanita verde, poblada de palmas yaguas que nos conducían por un caminito familiar hasta el rio…

Aguas templadas, con el “yelo” que bajaba del cerro y que en los baños nocturnos mezclaba una corriente tibiecita que corría por el medio del río, el Batatuy, que atravesaba los potreros que rodeaban la casa, que quisimos construir con paredes altas y corredores amplios y despejados, para que sus espacios fuesen ventanales por donde penetrara el paisaje. 




Frondosos helechos colgaban de su techo , y los arriates de jazmín de clavito y malabares perfumaban la noche cuando batía la brisa; apenas éramos los dos, las hijas adolescentes buscaban su destino en los estudios, en el lugar donde correspondía, y el más pequeño aún no llegaba.Por tanto, cada uno en sus quehaceres repartíamos las horas entre compromisos de trabajo y las faenas del fundo. Teníamos unas vaquitas de ordeño y aceptábamos ganado para la ceba, “al partir”; es decir: cuando recibíamos los animales –de otro dueño, por supuesto– los pesábamos pasándolos por la pesa o al cálculo; desparasitábamos el ganado, lo bañábamos para acabar con las garrapatas, lo vacunábamos, y era nuestro compromiso atenderlo en su pasturaje en el tiempo que duraran en nuestros potreros.


Mientras ellos comían, generalmente pasto Capín melao que en ese entonces se había extendido por toda esa zona, y algunos pañitos de “lambedora” que milagrosamente se reprodujo en rodetes, en los bajíos inmediatos al río, seguro como resultado del “bosteo” de los ganados que trajimos del llano bajo, de allá, muy lejos, de donde veníamos; con otro clima, diferentes condiciones, y, a pesar de lo bien que nos sentíamos en esta tierra generosa como su gente y bondadosa como su medio, vivíamos “ajogaos” de la nostalgia por esa tierra a la que nos ataban raíces, querencias y costumbres…


Y las ganas de volver eran infinitas, y cuando caía la tarde, “velándole el güire” a la luna tempranera, se me apretaba el pecho pensando, ¿Cómo estará ahora la luna de San Fernando? Cómo andarán las ansias del loco Juan Carabina, recorriendo, con su figura alada, cubierto con su camisa casi transparente, como de faldones blancos, las playas de su amado río, mientras estiraba su lamento…? Jamás supe si era espíritu o era materia terrena, ya no me importa, porque igualito aquí sigue, sentadito en el pretil de mi corazón, en cuclillas junto a la infancia de mis hijas, y de mi ahijadita Carlina, y de mis sobrinitos Bocaney, como testigo permanente de nuestras horas felices en el querido Barrio “Mango Verde”. 


Y entonces reaparecían, evocadoras, las voces y las guitarras de Félix Marchena, de Carmelo Aracas y Reinaldo Fernández cantando canciones como “…Apure, te canto con amooor, canción de un llanero que amaaa…”, en las cálidas noches sanfernandinas, cuando a menudo se sumaban los Bermúdez mientras degustábamos, bajo el samancito del patio, el café aromoso a sarrapia amazonense que nos brindaba mi inolvidable vecina Doña María.


Y ese corazón loco que aún me acompaña, se desbocaba por los caminos del viento, y antes que el agua –que la tenía cerquita– me llegara a los ojos, buscaba mi picosito de pilas, el que nos habían dado como regalo de matrimonio Jacinto Martínez y Nancy, y ponía a sonar un disco, un long play de 33 revoluciones, de esa agrupación de voces hermosas, que hacían contrapunto y melodía y pertenecían a espíritus selectos, presentidos por nuestras almas desde mucho tiempo atrás. Y aunque provenientes de casas de estudios superiores ubicadas en otras regiones, su origen era la tierra en donde estaba el macizo que consideraban primigenio en la formación de esta casa matriz que ampara a nuestra especie.


Aún no existía el “Karaoke”. Qué es eso?

Sin embargo, me provocaba y soltaba mis cantares al viento –sin público– acompañándolos en las canciones que ya me sabía, cuando sus voces concurrentes me hacían recordar los tiempos lejanos de la Universidad Central, (incomparable año 1958, cuando rotas las cadenas, “La Casa que vence las Sombras” se cubrió de luces, titilantes, para orientar a la juventud que desde todos los caminos llegaba en pos de ellas), del Orfeón bajo la dirección de Vinicio Adames y aquella inigualable maestra de canto, la profesora Dilia Buturini de Panaro , quien a ratos venía a rociar nuestros anhelos con sus melodías; la hermandad con Morella Muñoz y “El Negro” Cayena, la presencia de Rafael Montaño –ya una institución– alegrando los pasillos de la facultad de Economía los jueves por la tarde con Rosa Virginia y María Teresa Chacín, y una jovencísima Soledad Bravo, peinada su melena, negra y tensa, con una colita de caballo, que sacudía cuando se acompañaba con el cuatro mientras Chelique, alumno regular del vecino Instituto Luis Caballero Mejías, se dejaba colar, calladito y observador, por los alrededores…Qué tiempos, Dios mío, qué tiempos! Y aquella polifonía que se desprendía del aparatico conversador, era como la algarabía de pájaros que nos rodeaban sobre los arbolitos recién sembrados –mangos, mamones, guamas, naranjos, limones, totumo, un samancito y un lechero– para que crecieran y más tarde, ofrecieran su sombra bienhechora….Y así, desde entonces, por lo menos, “Serenata Guayanesa “ me acompaña. Jóvenes profesionales, de quienes a veces pienso no necesito decir sus nombres, ya que todos los conocen y los llevan en el pecho, pero eran, y siguen siendo: Cesar e Iván Pérez Rossi, Mauricio Castro y Hernán Gamboa, lamentablemente desaparecido, y posteriormente mí también amado hermano del alma, Miguel Ángel Bosch.



El disco, que junto a otros dos, uno de Eneas Perdomo y otro de Magdalena Sánchez y Pedro Emilio, con el “Palmarito”, conformaban todo nuestro bagaje musical; era el volumen 2 de la agrupación, y entre sus canciones traía “El Calipso”, de El Callao; con un lenguaje simpático, aparentemente distorsionado o en otras lenguas, pegajoso, que nos hablaba de ritmos y colores en melodías caribeñas; “El Limonero” (su limonero, único e inolvidable); “San Rafael“ y “Fiesta en Elorza”, uno del folclore y el otro de Augusto Braca, ya inmortalizada en la voz de Eneas Perdomo. Era música llanera que también la cantaban estos guayaneses; pero de otra manera, igual la cantaban con el alma, y, ¿cómo íbamos a imaginar los llaneros, que esos aires musicales, en tiempos de 3x4, (escuchándolos, ya los conocimientos empíricos nos decían que esas medidas estaban ahí) se podían cantar de otra manera, también embrujadora, y te hacían sentir como con ganas de viajar por el mundo, para que en otras fronteras supieran aunque fuera un poquito de cómo somos nosotros?



Y así, esa “Octava estrella” que perseguía su espacio, volvió a brillar buscando ubicación, ahora de la mano de cantadores audaces que entonaban canciones de la tierra, y del mar, convertidas en elegías celestiales.

No hubo rincón de Venezuela donde no llegaran sus voces, diferentes, con registros tonales que evocaban guitarras, tiples, bandolas, arpas, cuerdas, teclas, negras y blancas, fuelles del acordeón, instrumento que tan solo cargaban en el pecho y ejecutaban muchas veces a “boca chussa”, porque a veces, tan solo se apoyaban en el cuatro y una tambora, ya que tiples y tenoretes escapaban de su garganta en ordenada formación, como las aves que vuelan en la tarde, conformando una “V”, no solamente para seguir a un líder, sino para hacerle menos resistencia al viento y así, convertirlo en su aliado.



Y las fronteras se hicieron estrechas, y las estelas del viento regaron la nueva: en Venezuela se conformó una agrupación, son cuatro voces inigualables; probablemente no surgieron así, de porque sí y pá yá; son profesionales, jóvenes, tal vez amigos desde el tiempo de estudiantes y ahora, adultos, timoneles de sus destinos, nos trajeron el regalo musical que escondían y que ahora obsequiaban como si un cántaro, rebosante de agüita fresca se hubiese roto al parir la mañana…


Parecían saltamontes, tucusitos, de pueblo en pueblo; oscureciendo aquí y amaneciendo allá, con un público multifacético que presentaba una característica especial: los niños; embelesados, estáticos, hasta que rompían el encanto y también comenzaban a cantar; la música se les metía por los ojos, por la garganta, la apresaban en sus manos, la apretaban en el pecho, fluía por sus melenas…Era de ellos! Y así se acercaron a la vaca que mugía, al grillo que cantaba cri-crí, al sapito enamorado que croaba llorando su pena; y jinetes en el caballito de palo, ponían rumbo franco a la luna, donde esperaban atrapar el papagayo multicolor que voló alto, muy alto, tal vez buscando al sol, que tenía compromiso de alumbrar la plaza de la iglesita donde la pulga y el piojo se iban a casar.


Y esos chavalos un día regresaron del colegio y encontraron a sus hermanos mayores y a sus padres y a sus amigos, compañeros de generación –y hasta a los abuelos– escuchando devotamente aquellas voces eternas, que los invitaban a abordar una barca de oro, a viajar aprovechando el vaivén de las olas y la caricia de la espuma cuando crece el río, pasajeros en los pétalos de una flor ribereña, aventurera, ansiosa de saber si acaso es cierto que allá en el fondo de las aguas hay un coro de arcángeles que canta sinfonías…

El mundo fue pequeño. La bolita terráquea se redujo. En cualquier parte se escuchaba, parodiando a Connie Méndez: ¡Venezuela habla cantando!


Qué tenía que ver si acaso el idioma, cuando esos sonidos armónicos –y tan gustosos– no necesitaban traducción? Toditos los entendían! Las plazas se llenaban, los saludaban en las calles, los niños los reconocían y cada quien los identificaba como quería: papá, hermano, amigo, hijo, apoyo, consentidor, pero mío, muy mío, porque tuyo es mi canto….Y así lo pregonaron y lo cantan los niños de mi pueblo, y así se les abrieron las puertas de la inmortalidad; quien se siembra en el corazón de un niño, es el dueño del mundo y Serenata lleva 50 años cantándole a los niños, y, sobre todo, sobre todo, ofreciendo ternuras en susurro y arrullo a ese niño añorante que eternamente llevamos adentro.


Y este esfuerzo continuado lo realizan seres de nube y barro, como tú y como yo, quienes ante el compromiso existencial decidieron hacer música, para vivir por ella, no de ella, y tapizando el camino de alegrías hacernos más contenta la jornada…

Mucha agua ha pasado bajo los puentes; mucha lluvia refresca la calina, mucha sombra se escapa de los árboles y reverbera el sol sobre la arena y Serenata, conversando entre ellos, se envolvió en la bandera que tremola, enarboló el escudo y contó los luceros que le alumbran para seguir cantando, y, mientras tanto gritan desde su corazón emocionado; Soy Venezuela! …y tú…?


Tal vez por eso entonces, cuando muy jovencita, me imaginaba, bonguera en el Apure, aguas abajo, por el río, encaminada buscando hacia Pararuma, en la curva del Orinoco, donde desovan las tortugas en febrero y allí ya en rumbo franco no detenerme hasta llegar al paso de Angosturas…Doy por seguro que allá me esperarían, (y aun así lo siento) en un playón de afectos.

Con el cariño limpio de los años mozos, ahora envuelto entre canas y mirada serena…


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Serenata Guayanesa riega de cantos y poesía a toda Venezuela y el mundo. Es parte  importante de nuestro universo cultural. Sus canciones, ritmos y melodías son Venezuela. Junto a Aurora Díaz de Sánchez son Personajes irrepetibles de mi Pueblo.  Salud por ellos.


*** Edición y Montaje, Lic. Wladimir José Hidalgo Benítez.

*** No tenemos palabras para agradecer a Mamá Grande habernos escogido como medio publicitario de esta obra literaria. Un beso inmenso corazón.

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